26.11.08

Entrevista a Jorge Leonidas Escudero


“La apuesta válida es aquélla que me toma por sorpresa”
Entrevista a Jorge Leonidas Escudero publicada en la revista Museo Salvaje

Entrevista: Leticia El Halli Obeid, Leandro Listorti y Claudia Prado.
Edición: Rosa Lesca y Claudia Prado.


“Allá iremos a comer al mercado, iremos a tomar un traguito, iremos a mirar la montaña que está siempre quieta ahí esperándonos”, nos prometió Escudero en Buenos Aires, cuando le dijimos que queríamos ir a visitarlo para empezar un documental.
Viajamos a San Juan en diciembre de 2005. Hubo largas conversaciones en el patio de su casa; en lo de Duglas, que es “el bar de antes” y en el café del correo a donde ahora va cada mañana. También charlamos en la montaña y en el casino, con dos fichas de 50 dando vueltas en las manos. Esta entrevista fue editada a partir de esas grabaciones.

- Yo nací en la ciudad de San Juan. Mi madre había nacido en Argelia pero era de origen español. Cuando Francia tomó Argelia y llamaron a inmigrantes para poblar ciertos terrenos, fueron los españoles antecesores de mi madre. Después, a mi abuelo se le ocurrió venirse para Argentina, a San Juan.
Mi padre era empleado de correo y lo trasladaron a un lugar llamado Tucunuco, muy alejado. Me llevó a mí cuando tenía cuatro años. Por eso en la tapa de uno de mis libros aparezco yo montado en un burro. Y es que estoy ahí de cuatro años. Ese amor por los campos, eso no se me olvidó más, de modo que cuando podía huía hacia los campos. Después, mi padre fue a Calingasta. Fui yo también, pero ya era adolescente. Me dejó en Calingasta con otro amigo de él, en el correo, todo un verano. Y de ahí me agarró la afición por las piedras y la minería. Empezaba a andar ya queriendo encontrar piedras para hacerme rico con el mineral, especialmente con el oro.
- ¿Pero eso sucedía, había quien se hacía rico con el oro?
- Bueno, los que se están haciendo ricos con el oro ahora son las grandes compañías internacionales, pero lo que hacíamos nosotros allá era lavar en los ríos para ver si sacábamos algunas pizcas, como para irlas a cambiar por alimento o lo que fuera. En el caso del plomo y el cobre -que también había y hemos tenido minas- era para vender pequeñas cantidades, una camionada o dos camionadas, una cosita así, poco. Hasta que llegó un momento en que me aburrí. No me aburrí del trabajo, sino que la vida me llevó a otro lado y me empleé como oficinista y me jubilé como empleado de oficina.
- ¿Por qué cree que le atraía tanto la montaña?
- Yo empecé por el amor directo a las piedras. Las miraba y quería saber qué tenían adentro y, bueno, todo el significado. Entonces, al ir al campo, me junté con gente que realmente eran mineros. Especialmente uno que era cateador, -el que se dedica a buscar minerales nada más-, Hugo Pizarro, un chileno que yo siempre recuerdo. Lo invitaba a salir conmigo, le decía “vamos a tal parte que quiero mirar un cerro”, y entonces él me indicaba “aquello son verdiones; aquél es sombrero de hierro; éste es por plomo, fijate vos; y ahí, esa pirita puede tener oro”. Hacíamos un somero análisis con lupa, con el cuerno, que decía él. Un cacho de cuerno de vacuno en donde lavaba y miraba si había una pizquita diminuta de oro. Decía “bueno, aquí está, pero esto tiene un dos por ciento de oro”.
- ¿Y el interés por la escritura también es de su juventud?
- Sí, mire, a mí seguramente me empezó a interesar de adolescente, escribiendo una carta de amor a una muchacha que vivía por allá por Jacha, por la loma del diablo... La tuve hasta hace tiempo, no sé qué se me ha hecho... Y después pasan de eso cincuenta años y voy a una reunión acá, y la miro y me mira: “¿sos vos?”, “sí, soy yo”. “pero acá ha pasado un aluvión de años”, se me salió de la boca. No lo hubiera dicho, era como decir “estás vieja”. ¿Y yo cómo estoy? (se ríe).
- ¿Cuando viajaba a la montaña, tomaba notas?
– Tomaba notas para hacer las declaraciones en la dirección de minas. Sólo con esa finalidad. No para la poesía. Mientras he andado, he mirado las cosas. Se me han quedado en la mente muchas experiencias y después las he puesto.
Así se escriben las historias…
– Usted publicó mucho tiempo después.
- En los 70, cuando tenía 50 años, publiqué el primer libro. Ya anciano para la poesía como se manifiesta siempre y se publica siendo jóvenes, adolescentes o saliendo de la adolescencia.
- O sea que trabajó mucho con sus recuerdos.
- Una cuestión natural, una añoranza de algo que me había gustado. Entonces digo “lo vamos a poner de alguna forma en el papel”. No con premeditación y alevosía, porque esa deliberación tal vez me hubiera llevado a escribir algo demasiado frío. Prosístico, vaya a saber.
- ¿Piensa que la prosa es más fría que la poesía?
– Sí. Los novelistas, por ejemplo, se fijan un horario para escribir. Están todo el día porque tienen que cumplir un objetivo. Dicen “me levanto a las 8, escribo hasta las 9 ó las 10”. Ese método de escribir es utilizando la mente nada más. O la imaginación, como la queramos llamar, y algo de la emocionalidad. Pero la poesía, para mí, es indeliberada. Uno la escribe cuando tiene el impulso interior para hacerlo. La corrección es otro cantar, claro, ahí sí. Pero la traza originaria del poema, es mejor que surja así, con espontaneidad.
Yo creo que la poesía, la primera palabra o frase de un poema -y esto lo dijo Rilke alguna vez- lo asalta a uno.
Esto lo relaciono con el juego, porque en el juego la apuesta válida, para mi modo de ver, es aquélla que me toma de sorpresa, como una sensación de que va a ocurrir algo.
- En su poesía la relación con la oralidad es muy fuerte.
- Bueno, eso es muy importante. El otro día me hicieron un reportaje y decían que mi poesía tenía algún dejo o una influencia del gauchesco. Pero no es del gauchesco, es de mi propia oralidad ciudadana, que trato de poner en el papel. Por eso, es que a veces está escrita de una manera especial. Puede faltar una letra: “naa” por decir “nada” y otras cosas más. Creo que sí, que es un intento de pasar la oralidad a la escritura, como usted dice.
La gente con la que yo me vinculo habla más o menos así, entonces yo hablo como ellos. Pero por ahí estoy poniendo la palabra y musicalmente veo que le está sobrando un sonido y se lo saco arbitrariamente como una cuestión propia mía.
- ¿Por el verso?
- Por el verso, en concesión al sonido, a la musicalidad del poema, lo que fuera.
- ¿Cada libro tiene para usted una unidad temática pensada previamente o los poemas se van añadiendo?
- Se van añadiendo, pero todos caen a un cauce común. El cauce común es la temática a la que yo soy accesible, que es una temática compartida casi siempre por los poetas. Alguna más especial mía, como sería, por ejemplo, el juego o la minería.
Pero mucho se ve, en la poesía, la ocurrencia. Es decir, uno va a escribir y se le pasa por la cabeza una idea y la pone. Pero muchas veces es una idea inconexa, fragmentaria respecto al transcurso del poema. Eso es lo que yo llamo los palos de ciego, que es cuando lo primero que se le viene lo pone ahí, y después agarra otra cosa y la pone ahí sin relación ninguna con aquélla. Muchos escriben así, en ese estilo fragmentario. Mientras que yo tengo un concepto de unidad. Tengo la sensación de que hay que decir algo sobre algo. Y bueno las palabras que ponga van a tener que ser más o menos relacionadas con eso. Porque si empiezo a hablar “el pájaro aquel voló; sí, hay un árbol aquí atrás de mis pies; una laguna se me pasa por la cabeza”... (se ríe)
- Pero usted valora la espontaneidad.
- Tiene que haber una espontaneidad, ahora: no debe ser un palo de ciego. Está la conciencia de uno para decir “esto es algo que me sorprende y descubro que ahí hay un valor”. Pero hay otras ocurrencias que uno sabe que no valen. Por ejemplo, se me ocurre decir “un ladrillo con un piojo adentro” y bueno, entonces no, no pega.
- Y en cuanto a sus lecturas, ¿qué le interesa en esta época?
- Bueno, yo leía a poetas en tiempo ¡ah!, muy ¡ah!, pero actualmente leo algunos, los nuevos, y ahí estoy. Tengo poca información de los grandes poetas de la humanidad, porque he vivido mucho tiempo en el campo, no me dedicaba a la lectura y he sido remiso a leer sobre todo prosa. Y novelas para qué decirle, menos. Qué va a hacer…
- Usted tiene en esto una postura muy atípica.
- Cada uno es como es y todos somos diferentes
- ¿Su formación en la escritura tendrá más que ver con la música, con la canción?
- No, yo eventual o esporádicamente me relacioné con la música. Pero no es una determinación dentro de mi actividad literaria hacer letras de música sino que se dio la oportunidad y lo hice.
- Por otra parte su madre también fue escritora. El primer contacto con la escritura lo habrá tenido en su casa, con su mamá...
- Sí, la veía a ella escribir, pero yo era rebelde, no le hacía caso al hecho de escribir. A lo mejor no me interesaba porque me interesaba vivir con los niños, y sobre todo lo que me interesaba era andar en el campo.
- En su juventud ese gusto por el campo lo llevó a estudiar Agronomía.
- ¿Cómo se ha enterado usted? Mire lo que me ocurrió: al cumplirse el año -yo me acuerdo, lo tengo presente- fui a la plaza España, en Mendoza. Estaba sentado en un banco, así. Y estaba pensando si estudiar, si seguir estudiando, cuando miro una planta de paraíso que había toda florecida y entonces digo “¡pero si esto…! ¡qué tengo que estar estudiando yo!, si la naturaleza es la que manda, qué lindo” y me levanté del banco contento porque no iba a estudiar más y me fui.
- ¿Igual se quedó en Mendoza?
- Sí, estuve en Mendoza cinco años. Ahí es en donde me relacioné con el casino, con el juego, porque la Escuela de Comercio, en donde yo trabajaba, quedaba a una cuadra del casino. Era nocturna. Una vez me pagaron el sueldo, venía caminando y paso por la puerta del casino. Entro y empiezo a jugar, a jugar. Más o menos anduve. Regular, perdí un poco nomás. Y ya agarré la costumbre. Tenía que hacer un sistema para ganar. Hasta que después ya me fundí totalmente y me vine a San Juan.
- ¿Y usted en el casino a qué jugaba?
- Bueno… Jugaba antes al punto y banca, que es de cartas, pero a la ruleta también. Y mientras estábamos en eso, bueno, transcurría el tiempo y escribí un libro titulado los
grandes jugadores. Me han dicho que está muy lindo ese libro.
- ¿Cree que en el juego y en la poesía hay una búsqueda equivalente?
- Lo que puede haber, quizá, de similitud es que en la poesía yo he buscado la palabra absoluta. Que la expresión sea exactamente lo que yo siento. Pareciera que uno nunca termina de completarse. Y en el juego uno quiere acertar un sistema que siempre le vaya a dar ganancia. Y no. Eventualmente, azarosamente, uno puede ganar una vez y otra vez no. Uno nunca alcanza completamente la finalidad imaginativa de llegar al dominio de eso. El dominio de la palabra por un lado, al que no se llega. Y el dominio del azar por el otro, al que no se llega.
- ¿Y por qué esa insistencia, entonces?
- Es por la seguridad absoluta de que eso que se hace se repite. Que esa ganancia que eventualmente se ha tenido no es azarosa, sino que corresponde a un sistema. Y es ahí donde se funde.
Pero bueno, es una pretensión que puede durar toda la vida.
- ¿También es por eso que los temas se reiteran en su poesía?
- Porque la palabra no alcanza. Nosotros tratamos de acercarnos a un ideal de una palabra absoluta -yo lo digo por ahí en un poema de este último libro- y no llegamos, pero nos acercamos. A veces me dicen a mí que insisto en el mismo tema en diversos poemas y, bueno, es lógico. ¿No hablamos todos de la muerte? ¿No hablamos del amor? Son temas repetidos, pero en los míos son muchas veces más estrictamente repetidos. Es porque anteriormente no he logrado el acercamiento total al tema, entonces lo encaro de nuevo y también fracaso.
- ¿Y anoche en el casino, cómo le fue?
- Me fue mal porque resulta que hay algunos acontecimientos previos que uno debe tomar en cuenta y que no los tomé en cuenta. Signos de que no debía entrar yo a jugar. Parece que hay un hado o quién será que le va indicando a uno más o menos cómo tiene que guiar los pasos. Si le pasan cosas, por ahí debe tener cuidado. Uno dice “aquí hay algún misterioso que quiere o no quiere que haga las cuestiones”.
- ¿Y usted sigue su intuición para interpretar esos acontecimientos?
- ¡Sí! Yo creo que es ancestral y tradicional en toda la gente antigua y todo a través del mundo basarse en síntomas. “Pasó un gato negro para allá, ¿conviene seguir o no?”, “¿para dónde te pasó? ¿de izquierda a derecha o de derecha a izquierda?”, “de izquierda a derecha”, “entonces, no”.
Esta mañana misma, hablando de esa experiencia con un amigo, le decía que yo había leído que en determinados países, donde creen un poco más en la fatalidad y en el destino, cuando una persona va a hacer una diligencia o un asunto importante y da un tropezón en la puerta de calle y está trastabillando, se vuelve, no va hacer nada. Se vuelve y se acuesta, porque es la mejor forma de sacarla bien. Si sigue, le va a pasar algo peor.
- Sin embargo usted sigue, continúa buscando. También hizo eso con la minería y con la poesía…
- Insisto, claro, porque es un impulso más fuerte que yo. Creo que está más allá del deseo común, creo que es como un destino que se tiene. ¿Por qué, si eso es posible, no voy a dar en tecla yo? Y estoy absolutamente convencido de que es posible por el camino, sabe de qué, de la adivinación, que es el único camino que queda, porque el camino de la matemática no sirve. Yo he consultado con buenos matemáticos y el cálculo de probabilidad, la ley de los grandes números, todas esas cosas no funcionan. Lo único que puede funcionar es la adivinación. ¿Cómo hacemos para volvernos adivinos ahora? Es difícil ¿no? (se ríe)
- ¿Algunas vez ha creído estar cerca?
Alguna vez sí, y he entrado en una de las cosas que es el ritmo natural de todo. Me va bien así -dice dibujando con el dedo una curva ascendente en el mantel-, después llega la culminación, empieza a bajar, me va mal, me va mal, me va mal, sigue hasta que culmina lo malo, y empieza de nuevo a hacer la onda. Como se traslada la luz, así ¿ve?: mal, bien, mal, bien. Entonces, si yo aprovecho cuando estoy en buena onda, puedo ganar. Pero si me retiro cuando estoy en mala onda, puedo esquivar el golpe. Pero el jugador es tonto rematado porque, cuando empieza la mala onda, también quiere vencer y ahí no va a vencer nunca.
- ¿En la poesía hay algo de esa adivinación?
- En la poesía creo que hay algo más allá de la ficción, de los enjuagues mentales que se hacen muchas veces como juegos malabáricos de la mente para decir las cosas. Yo creo que nosotros tenemos dentro la posibilidad de interpretar la esencia de las cosas más allá de las deliberaciones hechas en base al archivo mental que es todo mentiroso. Hay una verdad interior que buscamos y, por ahí, desprevenidamente podemos dar en tecla. Y el oyente o el lector de ese poema, de repente, puede encontrar que eso mismo le llega a él. ¿Por qué? Porque lo participamos todos, todos somos humanos. Lo difícil es decirlo, pero si alguien lo dice, le resuena a otra persona. Por resonancia… Si yo toco esta cuerda de guitarra y hay una guitarra allá, aquella cuerda solita va a vibrar. Esa es la poesía para mí.
- Otro tema que es muy frecuente en su poesía es el amor. El amor como algo azaroso.
- Bueno, el amor… ¿Sabe por qué? Porque sucede lo siguiente… A la mujer le sucederá algo parecido. Yo veo que un tipo ve a una mujer y se enamora, digo, se siente atraído. Entonces pretende un acercamiento, una integración, una totalidad con ella. A él le gustó muy mucho la mujer, pero ella lo miró y no le gustó. De ahí viene, en el individuo, un sentimiento de frustración que se transforma en puro romanticismo, añoranza y ensueño. “¡Oh! La mujer que andaba por allá por los campos y el viento movía la rama de los sauces, como moviendo un pañuelo de despedida, porque yo me iba retirando, me iba yendo a las sombras...” ¿Ve usted? Bueno, entonces queda siempre eso flotando ahí. A la vez que es agradable, es triste, y esa es la esencia del romanticismo.
- ¿Sea o no sea poeta el individuo?
- Sea o no sea. Todos se vuelven un poco poetas ahí. Ahora: hay otra clase de individuos. Yo he puesto un poema ahí, ese que dice que anda con la nariz como oliendo mierda y con la boca torcida como para putear a alguien. Esos tipos absolutistas que se presentan en el mundo ¿sabe? ¿Qué le importa a él que lo deje una mujer, ni veinte, ni treinta? Si él tiene capacidad para un mundo de mujeres… Nada más que “si no lo adoran, que se jodan ellas”, dice él.
- Usted también habla mucho de lo que pasa después, el olvido.
- El olvido es lo más natural que venga, es lo más natural que hay. Si no llega a punto el olvido, va a llegar la muerte enojada y va a decir “bueno, aquí se acabo todo de una vez por todas. Déjense de embromar, listo”.

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