El título de unos de sus últimos libros es una relevación de su poética. Caballazo a la sombra es la embestida con que el poeta sacude la oscuridad que yace entre la cosa y la palabra; resistencia de la realidad desconocida a ser apresada por la aspiración del hombre, búsqueda eterna del límite huidizo, viaje hacia lo otro para hallar el sí mismo, horizonte sin límite puesto frente a la conciencia sólo para ser buscado, para dar un salto, un patadón al lenguaje que ilumine la verdad del mundo.
Asunto propio de la poesía alta de todos los tiempos, pero la cuestión reside en cómo decir. He aquí un estilo consumado. Todo poeta verdadero es un estilo, por ello, inimitable.
Buscador de oro porfiado en andanzas de minería, a lomo de mula por los cerros, embriagado de altas cumbres, para encontrar lo que no se sabe o para recibir lo que él mismo dice, en uno de sus poemas: “oro, oro de hojas otoñales caen sobre mí”. Retador, desde la cábala, en averiguaciones de la magia, a vueltas de ruleta, punto y banca y otros saberes. Ha conocido el sopor de las oficinas y resucitado en bares, siempre metido de pies a cabeza en la busca del verdadero oro en la cava de las palabras para acometer la gran apuesta: desentrañar el ser en el gran juego de la poesía.
Jorge Leónidas rescata el habla típica sanjuanina, privilegiando lo sonoro, tal como se oye, sin caer en clisés gauchescos; y, desde la sonoridad de las palabras tal como las piensa y dice emotivamente, llega a establecer un habla propia, individual, que funciona como código universal.
Como creador que es, asume una posición de libertad. Rompimiento de reglas sintácticas, apócopes, arcaísmos, neologismos, palabras “incompletas”, sustantivación de adjetivos, dan expresión poética a una metafísica que impone trabazón entre forma y contenido. Le sirven de punto de partida personales y situaciones –propias y ajenas- de la vida cotidiana, de nuestro medio rural y urbano, seres reales y míticos, paisajes, elementos simples de la naturaleza elevados a categorías de universo humano intencional: “pero no es realidad común, es otra cosa”.
La inmersión en la poesía de Escudero produce lo que un chapuzón de agua fría para aclarare la cabeza y conservar intacto un sentimiento mayor. Si la realidad nos cachetea la cara de la ilusión engañosa, ¿qué podemos hacer, sino comprender? Encogernos de hombros ante el fracaso es, pues, inevitable. Pero mantener un oh!, la aspiración a metas que toman sentido por la osadía del empinamiento al que nos empuja un algo misterioso.
Escapar al deseo es entregarnos a la búsqueda de aquello que trasciende el mero desear mezquino. ¿De qué habla Escudero? De una estética y una ética conciliadora del empuje vital y el límite racional. Se trata de la actitud del sabio.
El toque irónico, la sutileza, el fino sentido del humor domina, en primer plano, la gigantesca mueca que dibuja el trágico batallar de lo viviente entrampado en el juego circular a que empuja el deseo, camino inevitable hacia el dolor y la frustración.
La mirada inquisitiva, directa, se dirige hacia un sentido revelador de la condición humana que asiente, como Sísifo, levantar una y otra vez la piedra hasta la cima, a pesar de prever su inevitable caída. Insistir ad infinitud porque en el juego mismo se halla la recompensa.
La enseñanza vital de este “Lama de los Andes” consiste en dejar entrar el “vientecillo irónico” de la realidad para probar la risa jocosa (comprensiva) del que sabe. Se trata de una risa fruto de lo serio. Es una risa seria la del Buda.
Lejos del énfasis, Escudero maneja la exageración desembozada en la puesta en escena de sus personajes como otro eficaz recurso para el armado del artificio: “Entonces de reojo vi aquel solitario / se metía la mano en la boca / y después el brazo entero adentro. / Y escarbando con retorcido gesto / se arrancó el corazón y lo puso bajo la mesa. / La sangre corrió hasta la calle”. La incredulidad, fácilmente advertida por el lector al serle ofrecida explícitamente por el poeta, suscita la hilaridad, por un lado, pero, por otro, abre conciencia a un nivel más profundo de la percepción con la consiguiente dosis de catarsis.
Jorge Leónidas Escudero es un notable poeta sanjuanino. Su obra es objeto de estudio por parte de universidades y críticos; y aparece como una de las voces más originales en el panorama de la poesía argentina.
Asunto propio de la poesía alta de todos los tiempos, pero la cuestión reside en cómo decir. He aquí un estilo consumado. Todo poeta verdadero es un estilo, por ello, inimitable.
Buscador de oro porfiado en andanzas de minería, a lomo de mula por los cerros, embriagado de altas cumbres, para encontrar lo que no se sabe o para recibir lo que él mismo dice, en uno de sus poemas: “oro, oro de hojas otoñales caen sobre mí”. Retador, desde la cábala, en averiguaciones de la magia, a vueltas de ruleta, punto y banca y otros saberes. Ha conocido el sopor de las oficinas y resucitado en bares, siempre metido de pies a cabeza en la busca del verdadero oro en la cava de las palabras para acometer la gran apuesta: desentrañar el ser en el gran juego de la poesía.
Jorge Leónidas rescata el habla típica sanjuanina, privilegiando lo sonoro, tal como se oye, sin caer en clisés gauchescos; y, desde la sonoridad de las palabras tal como las piensa y dice emotivamente, llega a establecer un habla propia, individual, que funciona como código universal.
Como creador que es, asume una posición de libertad. Rompimiento de reglas sintácticas, apócopes, arcaísmos, neologismos, palabras “incompletas”, sustantivación de adjetivos, dan expresión poética a una metafísica que impone trabazón entre forma y contenido. Le sirven de punto de partida personales y situaciones –propias y ajenas- de la vida cotidiana, de nuestro medio rural y urbano, seres reales y míticos, paisajes, elementos simples de la naturaleza elevados a categorías de universo humano intencional: “pero no es realidad común, es otra cosa”.
La inmersión en la poesía de Escudero produce lo que un chapuzón de agua fría para aclarare la cabeza y conservar intacto un sentimiento mayor. Si la realidad nos cachetea la cara de la ilusión engañosa, ¿qué podemos hacer, sino comprender? Encogernos de hombros ante el fracaso es, pues, inevitable. Pero mantener un oh!, la aspiración a metas que toman sentido por la osadía del empinamiento al que nos empuja un algo misterioso.
Escapar al deseo es entregarnos a la búsqueda de aquello que trasciende el mero desear mezquino. ¿De qué habla Escudero? De una estética y una ética conciliadora del empuje vital y el límite racional. Se trata de la actitud del sabio.
El toque irónico, la sutileza, el fino sentido del humor domina, en primer plano, la gigantesca mueca que dibuja el trágico batallar de lo viviente entrampado en el juego circular a que empuja el deseo, camino inevitable hacia el dolor y la frustración.
La mirada inquisitiva, directa, se dirige hacia un sentido revelador de la condición humana que asiente, como Sísifo, levantar una y otra vez la piedra hasta la cima, a pesar de prever su inevitable caída. Insistir ad infinitud porque en el juego mismo se halla la recompensa.
La enseñanza vital de este “Lama de los Andes” consiste en dejar entrar el “vientecillo irónico” de la realidad para probar la risa jocosa (comprensiva) del que sabe. Se trata de una risa fruto de lo serio. Es una risa seria la del Buda.
Lejos del énfasis, Escudero maneja la exageración desembozada en la puesta en escena de sus personajes como otro eficaz recurso para el armado del artificio: “Entonces de reojo vi aquel solitario / se metía la mano en la boca / y después el brazo entero adentro. / Y escarbando con retorcido gesto / se arrancó el corazón y lo puso bajo la mesa. / La sangre corrió hasta la calle”. La incredulidad, fácilmente advertida por el lector al serle ofrecida explícitamente por el poeta, suscita la hilaridad, por un lado, pero, por otro, abre conciencia a un nivel más profundo de la percepción con la consiguiente dosis de catarsis.
Jorge Leónidas Escudero es un notable poeta sanjuanino. Su obra es objeto de estudio por parte de universidades y críticos; y aparece como una de las voces más originales en el panorama de la poesía argentina.
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